A veces, “el desencadenante es un movimiento brusco en el autobús, de presión al montar en bici o al realizar determinados estiramientos”, señala Francisca Molero, presidenta de la Federación Española de Sociedades de Sexología (FESS). Por eso, destaca la importancia de que cada paciente identifique cuál es ese desencadenante “gatillo”.
Hasta el momento actual, no se tiene referencia de que el trastorno lo sufran los hombres y no se sabe cuántas mujeres pueden padecerlo. Probablemente existan casos que no salgan a la luz por desconocimiento, vergüenza, miedo a no ser comprendidas y al rechazo”, dice Muñoz.Por su parte, Molero puntualiza que aunque es un trastorno poco frecuente, “ahora es más fácil de identificar porque ha ido aumentando su conocimiento”.
La sexóloga del Instituto Espill cuenta que puede suceder que “cualquier movimiento de la pelvis desencadene un orgasmo. Otras veces, el orgasmo puede ir precedido de determinados sonidos o estímulos no eróticos, como el masticar, el ruido que se hace al absorber, el silbido…”. Por lo tanto, su excitación fisiológica descontrolada no se relaciona con su percepción de lo que es erótico o estimulante, lo que le hace vivir tales experiencias de una forma muy incómoda y desagradable.El orgasmo le puede sobrevenir en los momentos más inoportunos, sin poder hacer nada por evitarlo. Es como si el mecanismo de su respuesta orgásmica se disparara una y otra vez sin discriminar los estímulos. Es muy similar al mecanismo de la sucesión de estornudos de las alergias, que, aunque estos también son desagradables e inoportunos, la persona puede llevarlo bastante mejor en su vida cotidiana.“Como la mujer lo considera algo intruso o no deseado, aparece una reacción psicológica de rechazo”, indica la presidenta de la FESS.